Natalia Salas Gómez
¡Qué injustos somos con los adultos mayores! Muchas veces olvidamos todo lo que nos dieron cuando éramos niños, jóvenes y también siendo adultos. En nuestra sociedad, hablar de futuro es centrase en la niñez y la juventud, pero olvidamos que ese porvenir se construye con quienes hoy son personas de la tercera edad.
Cada cifra sobre abandono, cada caso de soledad, revela no solo una deuda individual sino una falla colectiva en la manera en que entendemos el valor de la vejez.
El abandono no siempre se manifiesta en las calles o las instituciones; muchas veces ocurre en los hogares, con la indiferencia diaria, con el aislamiento digital y emocional. Vivimos en un tiempo donde la velocidad, la productividad y la inmediatez marcan la pauta. En ese modelo, la vejez se percibe como un peso y no como la etapa en que la experiencia se convierte en legado.
La soledad forzada deteriora la salud física y emocional, así lo manifiestan los especialistas. No basta con garantizar atención médica si no se acompaña de vínculos, escucha y participación. Una sociedad que margina a quienes construyeron sus cimientos desconoce su propia historia y reduce sus posibilidades de aprendizaje.
El abandono de las personas mayores de 65 años no es un problema privado, es un asunto público y político; requiere políticas de cuidado, programas intergeneracionales y una cultura que reconozca que envejecer no significa dejar de aportar. No es un favor que hacemos, es un derecho que corresponde.
Cada familia, cada comunidad y cada institución tienen la responsabilidad de replantearse cómo se relacionan con la vejez. Apostar por la inclusión de las personas adultas mayores no debería ser una consigna de octubre, mes en que se les celebra, sino una práctica permanente.
Las personas adultas mayores necesitan espacios para compartir, participar y sentirse útiles, porque todavía tienen sueños, proyectos y, sobre todo, la sabiduría de la experiencia. Reconocer su voz y su aporte es una forma de justicia y también de gratitud con quienes abrieron el camino para las nuevas generaciones.
Abandonar a quienes nos dieron la vida y la educación es renunciar a nuestra humanidad. La pregunta es si queremos ser recordados como una generación que los dejó a un lado o como aquella que construyó un país donde envejecer fuera sinónimo de dignidad.